ADICCIONES: UN MUNDO SIN PALABRAS

agosto 12, 2017

La palabra adicción, por su etimología, significa no-palabra, esta interpretación nos abre un camino inmenso y riquísimo para fortalecer a nuestros chicos desde la primera infancia de modo que no necesiten anestesiarse con diversas técnicas al crecer.

Fuente: Maritchu Seitún. www.lanacion.com

Nos hacemos fuertes cuando, desde chiquitos, de la mano de nuestros padres, nos animamos a enfrentar y procesar lo que nos ocurre, en lugar de intentar hacer desaparecer con distintas estrategias el dolor, el enojo, el sufrimiento, el miedo, la sensación de injusticia, la vergüenza, la inseguridad, y muchas otras emociones.

Incluso podríamos tratar de esconder emociones aparentemente positivas como el entusiasmo, la felicidad, el sano orgullo, si no son bien recibidas por nuestros padres en la infancia. Como padres tenemos que estar abiertos a abrirnos para cobijar todos los estados emocionales de nuestros hijos, una de las claves de ese «cobijar» es poner palabras, hablar, de lo que les pasa. Pero no todas las palabras nos ayudan en este proceso: a veces las palabras son explicaciones racionales, intelectualizaciones, intentos de esquivar desde nuestro hemisferio cerebral izquierdo el mundo de las emociones, en otros casos las palabras son emoción pura, fuera de control, tampoco nos ayudan a resolver sino que complican más las cosas.

Las palabras que de verdad colaboran son las que nos conectan con lo que sentimos y nos permiten confiar en ello, comprenderlo y procesarlo, que integran en nosotros lo que pensamos con lo que sentimos.

El niño pequeño por su inmadurez es pura emoción, puro sentir, a medida que crece incorpora por imitación y por identificación los recursos que le muestran las personas que los rodean, en especial sus padres.

Esto empieza con el bebé cuando ponemos en palabras su entusiasmo, su curiosidad, su alegría, o su llanto de hambre, de sueño, de aburrimiento, de dolor de panza? El bebé no entienden las palabras, pero sí los tonos y va aprendiendo que cada uno de esos estados es atendido, sostenido, calmado, y va aprendiendo a calmarse de esa mamá que lo calma con su cuerpo, sus gestos y sus palabras; por ejemplo un bebé que mientras se duerme se canturrea a sí mismo nos muestra que ha incorporado ese recurso para permanecer tranquilo.

Cuando van creciendo seguimos acompañando a nuestros niños a conectarse con ellos mismos, a saber lo que les pasa, sienten, desean, y a hablar de ello, incluso a resolverlo si fuera posible, enriqueciendo ellos por ese camino sus recursos para enfrentar situaciones difíciles, y tolerar niveles de estrés cada más altos. De ese modo internalizan nuestra presencia y nuestros recursos, y cuentan con ellos cuando están lejos de nosotros, ya sea en el aula, en el recreo, en la casa de un amigo, en la cancha de fútbol o en la clase de baile.

A veces su problema o su dificultad no puede resolverse, en ese caso los acompañamos a despedirse (me cuesta la matemática, se murió mi perro, mi mejor amigo dejó de serlo, no me animo a quedarme a dormir en lo de mi amiga) y para eso seguramente tengan que enojarse, entristecerse, y ¡hablar del tema!, hasta finalmente aceptar con dolor que las cosas no siempre son como uno quiere.

Así como podemos colaborar en este proceso, también podríamos interferir ¡y mucho!, ya sea con el ejemplo de lo que hacemos nosotros ante los contratiempos de nuestra vida como lo que hacemos cuando son ellos los que lo pasan mal: me voy de compras para olvidarme de la pelea con mi marido o para alejarme del epicentro de los problemas laborales o domésticos, me voy a dormir para no pensar y automáticamente apago la señal con el resto de la familia, me abstraigo en el mundo del teléfono y las redes sociales, me tomo un vasito de vino para aflojar el estrés, o le doy un caramelo a mi hijo para que pare de llorar. Lamentablemente cuando sistemáticamente esquivamos de esta forma las dificultades de la vida diaria, nuestros hijos aprenderán a hacer lo mismo. Sin darnos cuenta, los invitamos a resolver sus problemas con adicciones, es decir, sin palabras.

La autora es psicóloga y psicoterapeuta

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