BEBER ALCOHOL A LOS 15 AÑOS ES TAN DAÑINO COMO A LOS CUATRO

Fuente: www.elconfidencial.com. Beatriz de Vera.

 

LA DIFERENCIA DE EDAD NO ES TAN GRANDE EN EL CEREBRO.

Beber alcohol a los 15 años es tan dañino para el cerebro como hacerlo a los cuatro.

El cerebro de los adolescentes también está en un proceso madurativo, así que el daño por su exposición al alcohol no es tan distinto del que pueda sufrir un niño pequeño.

Con los primeros consumos de alcohol, los menores buscan pertenecer al grupo, no ser excluidos, y la presión social ejerce una labor importante. Una vez conocidos los efectos, buscan la desinhibición, aumentar la interacción social. Son solo algunas de las conclusiones del ‘Estudio sociológico cualitativo sobre el consumo de alcohol y cannabis entre adolescentes y jóvenes‘, elaborado por la sociedad científica Socidrogalcohol. Y la edad a la que empiezan a beber en busca de esos efectos es un indicador preocupante. El estudio ‘ESTUDES’ de 2016 —el último que se ha publicado— revela que en nuestro país el consumo empieza de media a los 14 años. Y más del 50% de los menores de entre 14 y 18 años reconoce haber asistido a un botellón el mes anterior a la encuesta.

Según Pascual Sánchez Juan, neurólogo del Hospital Universitario Marqués de Valdecilla (HUMV) de Santander, que un chaval de 15 años beba alcohol es tan dañino como que lo haga uno de cuatro. “En nuestra sociedad, hay una gran permisividad con el consumo de alcohol en adolescentes, sin embargo, todo el mundo se escandalizaría si se permitiera su consumo en niños. Pues bien, desde un punto de vista biológico, no hay grandes diferencias, ya que el cerebro del adolescente también está en un intenso proceso madurativo”. Pero, exactamente, ¿qué provocan unas copas en el cerebro de estos jóvenes?

“El alcohol es una sustancia tóxica para el cerebro por múltiples mecanismos, tanto directos —como el efecto del etanol sobre las neuronas— como indirectos —déficits de vitaminas y nutrientes o afectación hepática—”, explica el experto. Esto implica la pérdida de neuronas y de sinapsis (las conexiones entre ellas), generando lo que se llama atrofia cerebral, por lo que “las personas con consumo crónico de alcohol duplican su riesgo de presentar deterioro cognitivo y demencia”, sentencia. Además, “el alcohol va unido a la aparición ocasional de pequeños infartos cerebrales, sobre todo si va relacionado con tabaco o con otras circunstancias que son de riesgo cardiovascular”, añade José Manuel Moltó, portavoz de la Sociedad Española de Neurología.

Principalmente, se ven afectados los lóbulos frontales, relacionados con la conducta, y otras áreas vinculadas a la memoria (hipocampos) y el equilibrio (cerebelo). “El lóbulo frontal es la parte del cerebro más susceptible a la toxicidad del alcohol. Y esto ocurre en mayor grado en jóvenes, ya que esta parte del cerebro es la última en madurar”, cuenta Sánchez Juan.

Lo que se llama efecto tóxico agudo, provocado por un consumo puntual, probablemente nos resulte familiar: sensación de mareo, inestabilidad, de euforia a la par que sueño o desinhibición. “Los del alcoholismo son un poquito diferentes: primero tiene una serie de efectos conductuales, porque la bebida actúa sobre áreas y circuitos que intervienen en el control de impulsos y del placer. Por otra parte, interviene en la capacidad de guardar recuerdos, concretamente, en la capacidad de generar nuevas conexiones entre neuronas, que es el mecanismo por el que sabemos que se hace la memoria”, explica Moltó.

Los riesgos del botellón

El grupo de investigación del neurólogo Pascual Sánchez Juan, de la Escuela Universitaria Gimbernat Cantabria – Hospital Marqués de Valdecilla, analizó los efectos del consumo de alcohol tipo botellón en 200 estudiantes universitarios con una media de edad de 19 años, concluyendo que los que tenían este hábito realizaban significativamente peor algunas pruebas relacionadas con la función de los lóbulos frontales.

El botellón sigue siendo el evento por excelencia entre los menores de edad. En estas fiestas se fomenta un patrón de consumo llamado ‘binge drinking’ o atracón, que lleva a lo que Moltó llama “un consumo crónico discontinuo”, porque pese a no beber diariamente, “necesitan todos los fines de semana beber exageradamente y eso es casi, al final, una forma de consumo crónico”. Y Pascual añade: “Hay robustas evidencias científicas de que este patrón es más dañino que el consumo crónico”.

En España, se ha iniciado una campaña para intentar acabar con este problema, ‘Menores sin alcohol. Un reto de todos’, que pretende involucrar a todos los sectores de la sociedad. “Las cifras de consumo de alcohol en jóvenes son desmesuradas, teniendo en cuenta que deberían ser cero», apuntan los propulsores de la campaña.

¿Es posible la recuperación total?

«En muchos casos se puede recuperar dejando totalmente de consumir, pero en los casos de alcoholismo crónico no es posible, al menos por completo. Se restauran algunos circuitos, pero no toda la capacidad cerebral y funcional previa”, dice Moltó.

Y los más jóvenes que acaban de empezar a beber tampoco están exentos de riesgos permanentes: “No hay estudios evaluando el efecto del botellón a largo plazo en el cerebro de los jóvenes, ni cómo cambia su futuro riesgo de deterioro cognitivo tras la abstinencia. Algunos estudios de neuroimagen muestran cierta recuperación de la sustancia blanca del cerebro tras la abstinencia, pero, por otro lado, tenemos indicios para pensar que existe un riesgo acumulativo«.

Por ejemplo, «en nuestro estudio, los déficits eran inversamente proporcionales a la edad de inicio de consumo, esto es, cuanto más jóvenes comenzaron y más tiempo llevaban consumiendo, peor hacían las pruebas, a pesar de tener de media tan solo 19 años”, concluye Sánchez Juan. Aunque las cifras nos dicen que los hábitos de los jóvenes han cambiado y emborracharse va dejando de ser una prioridad, el entorno de los adolescentes es crucial para evitar riesgos mayores.

 

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