ESTUDIAR NEUROLOGÍA ME SALVÓ DE MORIR DE SOBREDOSIS

Fuente: codigonuevo.com.

Una nueva oleada de científicos intenta demostrar que la adicción a los estupefacientes no depende de las drogas, sino de muchas otras cosas.

Judith Griesel consumía drogas a diario y hasta dejó la universidad, hasta que se dio cuenta de que su adicción podía tener cura. Para confirmarlo, pensó, solo tenía que entender cómo funciona su cerebro. Y se puso a ello: se matriculó en Neurología porque quería saber dónde estaba el componente adictivo de las drogas, por qué estaba enganchada a esas sustancias que la hacían sentir bien por un rato, pero luego la hundían en la miseria. Hoy en día, Judith lleva 25 años dedicada a estudiar los efectos que tienen esas sustancias en nuestro cerebro y su conclusión (¡sorpresa!) asegura que el problema de las adicciones tiene muchos factores, pero sobre todo está en ti, no en la naturaleza de las sustancias.

Judith forma parte de una nueva oleada de científicos que intentan desestigmatizar el consumo recreativo de las drogas y demostrar que el factor adictivo es mucho más profundo. El caso más famoso es el de Carl Hart, profesor de Neurociencia de la Universidad de Columbia de Nueva York que consume todas las sustancias que estudia. Su rata de laboratorio es él mismo, justamente porque le ha costado muchísimo recibir apoyo de un sistema que lo que busca es llegar a la conclusión de que tomar drogas es malo per sé y que la única solución es prohibir, prohibir y prohibir.

El camino de Judith fue más o menos al revés. Ella era una consumidora asidua. Su día a día consistía en esperar ese momento en que meterse una raya le daría el empujón de energía que necesitaba para seguir, pero no solo: marihuana, alcohol (al que trata, claro, como una droga más), opiáceos, psicodélicos o speed, según cuenta en su diario que ahora acaba de publicar en inglés bajo el título Never Enough (Nunca suficiente). Entre anécdotas trágicas y cómicas, te das cuenta de que todos los efectos divertidos de las drogas pueden jugar en tu contra cuando su uso empieza a ser demasiado repetitivo.

Su pregunta a lo largo del libro es una: «¿por qué a mí?». La respuesta es difícil de armar y puede variar en cada caso, pero habla de una «mezcla compleja entre naturaleza y educación en las tendencias adictivas y su investigación muestra que hay muchos factores genéticos, epigenéticos y coyunturales que influyen en distinto grado en la adicción». Aunque a primera vista no tuvo una mala infancia, Judith sí sufrió mucho el matrimonio tóxico de sus padres, que le generaba una ansiedad terriblePara escapar, primero leía, leía muchos libros que le permitían evadir la ansiedad. Hasta que probó el alcohol. Nunca antes se había sentido tan relajada, y ahí empezó todo. “Me encantaba poder conectar con mi verdadero yo y solo podía hacerlo cuando estaba colocada”, explica. Pero el consumo empezó a tener efectos en su rendimiento en el colegio y a afectar la relación con sus padres, que la acabaron echando de casa.

Esas circunstancias del principio de su adicción la ayudaron a desarrollar sus hipótesis. Judith cree que se salvó gracias a una serie de coincidencias y que no hay una sola fórmula para recuperar a los adictos. Pero sí hay un indicador esencial: analizar cómo interactúa con la comunidad en la que vive. Es más difícil recuperar a una persona aislada, sin oportunidades ni entorno social que a alguien que tiene el apoyo necesario. Entender cómo integrar a las personas en la sociedad haría más por atajar la epidemia de opiáceos en Estados Unidos que mantener ilegalizado un producto que, pese a la prohibición, se consigue en cualquier ciudad, explica: “Ahora mismo vivimos en una fase de escapismo y farmacología – esta epidemia de adicción es realmente una epidemia de escapismo. Sobre todo, lo que necesitamos son mejores formas de lidiar con la vida para estar presentes en nuestras experiencias».

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