¿Y SI EL TURISMO SE NOS HA IDO DE LAS MANOS?

agosto 23, 2017
Turismofobia. Es la palabra del verano. Al menos, en España. 

Fuente: CLÁUDIA MORÁN. www.20minutos.es.

Los editoriales de los periódicos nacionales acogen estas semanas una discusión continua entre los que critican una gestión irresponsable del turismo y los que claman al cielo por la creciente aversión a los turistas. Pero en países como Alemania o el Reino Unido hace años que sus jóvenes de clase media, protagonistas del denominado turismo de borrachera, hacen aflorar las vergüenzas de unas sociedades presumiblemente civilizadas. Sin embargo, cada vez son más los analistas que inciden en el que problema no son los turistas, sino el modelo de turismo. En el punto de mira está Magaluf, esa especie de enclave balear de Sodoma y Gomorra en el que todos los vicios más avergonzantes están, en la práctica, permitidos. Al menos, así lo reflejan constantemente los tabloides británicos The Sun, Daily Mirror o Daily Star, pero también los medios locales de Mallorca, que hacen referencia al todo incluido de los hoteles y a lo mucho que les compensa a estos visitantes, mayoritariamente jóvenes, coger un avión para irse de fiesta. La isla también tiene problemas con los turistas en otras zonas como S’Arenal, Platja de Palma, Palmanova o Punta Ballena en una temporada que se prolonga desde mayo hasta bien avanzado septiembre. De nada sirve que la ONU haya declarado este 2017 como Año Internacional del Turismo Sostenible. España sigue siendo el destino preferente del nuevo modelo turístico al que el periodista Joan Lluís Ferrer puso nombre en su libro Viaje al turismo basura. En él habla no sólo de Magaluf, sino también de otros lugares de masas como Salou, Barcelona y Lloret de Mar en Cataluña y Sant Antoni en Ibiza. Todas tienen un cóctel en común: el que forman el alcohol, la playa, el sexo y, en su conjunto, la falta de civismo y de sentido de la decencia. Y también el negocio que está detrás. El denominado turismo basura ha desembocado en diversos neologismos como balconing, mamading pub crowling o droga caníbal, con todo lo negativo que ello conlleva, además de la proliferación de enfermedades de transmisión sexual que hacía años que no se veían en número en las consultas médicas. Tal es el alcance del fenómeno que la mismísima BBC dedicó un reportaje en el 2013 a documentar La verdad sobre Magaluf, con declaraciones de trabajadores de hostelería o policías.

Los turistas no son el problema

Los que nacimos a partir de finales de los ochenta sabemos que el turismo actual no era aquel que hacíamos con nuestros padres por Europa cuando éramos pequeños. Por aquel entonces había algunas buenas ofertas en las agencias de viajes, pero no existía el término low cost, ni las compañías aéreas habían avistado todavía el negocio que venía en camino bajo ese nombre. En poco tiempo, el low cost ha derivado en un bajo perfil de turista, pero éste no supone el origen del problema, sino más bien una consecuencia. ¿Tenemos el turismo que merecemos? Por un lado, los trabajadores de hostelería merecen una buena afluencia de clientes que les permita irse de vacaciones sin remordimientos en algún momento del año; pero no merecen aguantar borrachos que destrozan el mobiliario del local con sus peleas, que orinan o vomitan donde no procede o que usan las mesas a modo de tarima.También están los empresarios del sector, que merecen obtener beneficios, pero no a costa de sobreinflar precios, rebasar aforos o usar reclamos cargados de machismo en sus carteles y promociones. No puede haber pisos turísticos no reglados (en Mallorca podrían representar más del 80% del total) ni navieras que practican la sobreventa para llevar a las Islas Cíes, en Galicia, a 2.000 personas más de las permitidas. Y no, este último caso no tiene que ver con el turismo de borrachera, sino con la enorme burbuja que ahora nos está estallando en la cara. A pesar del acusado contraste entre el perfil de turista de Magaluf y las islas Cíes, ambosdestinos tienen en común las malas prácticas por parte de determinadas empresas del sector turístico, lo que evidencia que hablar de turismofobia podría constituir la simplificación de un problema de mayor dimensión. Por ejemplo, la plataforma Airbnb ofreció más de 2 millones de camas en el año 2015 en España, casi el doble de la oferta hotelera de todo el Estado, según un estudio de Exceltur que, además, señalaba que figuraban más viviendas turísticas que viviendas regladas. Otro fenómeno es el tráfico aéreo, por el que en islas como las Baleares aterrizan por esta época tantos viajeros que la saturación de visitantes empieza a ser más que insostenible a nivel medioambiental y para la convivencia con los propios habitantes.

¿Medidas insuficientes? 
¿Qué hacen las autoridades para combatirlo? Hasta ahora, la más contundente, a la par que criticada, ha sido la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, quien comenzó a multar a Airbnb con 600.000 euros y advirtió que no dejaría de hacerlo “hasta que cumplan la ley”. .@Airbnb està traspassant tots els límits legals. Els hem multat amb 600 mil euros i seguirem posant multes fins que compleixin la llei https://t.co/erL6BSgogz — Ada Colau (@AdaColau) 26 de junio de 2017 En Mallorca, el ayuntamiento de Calvià modificó una ordenanza municipal para prohibir la exposición de bebidas alcohólicas en las licorerías, y ha solicitado al gobierno balear que acabe con el todo incluido de los hoteles y con las barras libres y ofertas 2×1 de los locales. En la misma isla, el Caso Cursach destapó una trama de permisividad con los locales nocturnos en la que hasta las fuerzas del orden fueron acusadas de ser cómplices. El empresario Tolo Cursach fue enviado a prisión en junio y el caso sigue coleteando en los tribunales. A pesar del bochorno que supone el turismo de borrachera, ni Alemania ni el Reino Unido han iniciado campañas enérgicas para fomentar el civismo entre sus compatriotas cuando emprenden sus vacaciones en España. En este sentido, lo más llamativo ha sido la decisión de Londres de combatir las falsas denuncias por indigestión de los turistas británicos para conseguir indemnizaciones. En cuanto a Alemania, no ha habido respuesta pública por parte de las autoridades ante la petición de “corresponsabilidad” a los touroperadores por parte del conseller de Turismo de Baleares. Hoy en día es difícil imaginar un turismo sin Ryanair, Airbnb, Booking o TripAdvisor. Existe, pero no impera. El turismo low cost, turismo basura o turismo de borrachera se engloba en lo que denominamos bien de consumo, lo que se resumiría en una simple frase: lo quiero, lo quiero barato y lo quiero ya. Ahora parece que no hay tiempo ni ganas de visitar museos o perderse lentamente en los encantos secretos de las ciudades. Ni siquiera para el proceso de pedirle a alguien que te saque una foto. Ahora está el selfie, y el palo de selfie, y también Instagram para dar cuenta al resto de que has estado en la catedral de Mallorca, que no sabes si es gótica, románica o barroca, pero en el tránsito entre Magaluf y el aeropuerto te ha quedado un rato libre para fotografiarte con ella de fondo. Ese turismo que ahora tanto se critica o se defiende, lo que ocurre es que no se ataja. Al menos, no conjuntamente, aunando esfuerzos en pos de la convivencia, el medio ambiente y el patrimonio. Quizá sea que el problema real del turismo, más allá de la pérdida de valores, subyace en el negocio que de él se alimenta.
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