De adictos y adicciones: Una es demasiado y mil no son suficientes

Fuente: www.latimes.com. MARÍA ANTONIETA JUÁREZ A.

“Después de haber probado casi todas las drogas a mi alcance, estaba en mi enésimo intento de dejarlas, aunque en ese tiempo lo único que me daba satisfacción era la heroína. No puedo describir esa sensación de alivio al inyectarme, como tampoco puedo describir el caos emocional y espiritual en el que vivía”.

“Para pasar la malilla, me fui un tiempo a la casa de mi hermana; ella reprobaba mi conducta y odiaba mi adicción, pero su gran corazón y su amor por mí, la vencían; me recibió de mala gana, estaba muy enojada, con toda la razón del mundo. Empecé a consumir a los catorce años y después de pasar una vida de adicto venía una vez más buscando su ayuda, pero sobre todo, buscando un lugar donde vivir y comer. Mi egoísmo me cegaba y solamente pensaba en mí”.

“Como buen adicto, era un manipulador experto, con el paso de los años enamoré a tres mujeres, con las tres tuve hijos, y las tres terminaron repudiándome. También tuve buenos trabajos y gané mucho dinero, me sentía muy orgulloso de mí, me burlaba de las drogas y aseguraba que yo las controlaba; solía decir que solo se enganchaban los pendejos, sin saber que yo mismo era el más pendejo del mundo”.

“Cuando se es adicto sobran razones para permanecer en la adicción, yo me las inventé todas; en el colmo de la enfermedad yo mismo me engañaba, de pronto sentía nostalgia por mis hijos y me embargaba una gran vergüenza y remordimiento, entonces, para mitigar el dolor, me drogaba, a veces pensaba en Sonia, la última de mis parejas, ella me pagó con la misma moneda, durante dos años fui el cornudo del barrio, todos lo sabían, menos yo, entonces, me llenaba de ira y me sentía traicionado, ¿Qué hacía? Me drogaba”.

“Cuando se me acabaron los pretextos, mi bandera de víctima era la malilla, para entonces no me importaba nadie, decía amar a mis hijos y jamás me comunicaba con ellos, me autocompadecía por haber perdido a las tres mujeres que me amaron, pero no pasaba por mi mente ser honesto y comprometido, solo pensaba en evitar la malilla”.

“Recuerdo haber llegado a casa de mi hermana una semana antes de cumplir cuarenta años, hay una foto de esos días, la conservo para que no se me olvide de dónde vengo, en la imagen me veo flaco, envejecido, con el rostro desencajado, pasando por una malilla de pronóstico reservado y jugando con la idea de acabar de una vez por todas huyendo de la vida con una sobredosis, ni siquiera pensaba en el dolor y el trauma para mi hermana y mis sobrinos, no pensaba en nadie, solo en mí y mi malestar”.

“Después de tres semanas me di de alta yo mismo, pensaba que con solo tapar la jeringa mi problema estaba resuelto, nada más alejado de la realidad, en poco tiempo volví a recaer y nuevamente me vi perdido, cayendo cada día más bajo”.

“Tuve que llegar a comer de la basura y vivir en las calles de Los Ángeles, puedo decir que conozco el infierno y la misericordia de Dios. Después de todos mis errores, una mano amiga y desinteresada me ayudó a internarme en un centro de rehabilitación. No fue nada nuevo, las malillas igual, la debilidad, los pensamientos obsesivos, las ganas de huir por la puerta falsa, pero algo había cambiado, por primera vez en mi vida me arrodillé y le pedí a Dios que me revelara cuál es mi misión, no entendía por qué me mantenía con vida, y la respuesta me llegó dos días después en el centro de rehabilitación, me encomendaron recibir a los adictos a la heroína, esa experiencia tocó mi alma encallecida, me vi a mí mismo, sentí compasión por ellos y no pude menos que admirar su valor para intentar dejar las drogas, a partir de ese día empezó mi verdadera recuperación”.

“Si te gusta tu vida en adicción y no tienes intenciones de dejarlas, entonces no tengo nada que decirte, pero si ya estás cansado y tu vida se ha vuelto incontrolable, te sugiero que busques ayuda, uno, dos, mil veces si es necesario, asiste a grupos de doce pasos, pero sobre todo, pon tu vida en manos de Dios, habla con Él, y practica la honestidad contigo mismo, te aseguro que no te arrepentirás, hay una vida esperándonos, no seas invitado de segunda clase a la fiesta de tu vida. Felices 24 horas”.

Quiero agradecer la honestidad y la confianza de Damián, quien me hizo llegar una extensa carta. Dios está contigo, te abrazo y reconozco tu valor para cambiar.

 

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