Psicofármacos, nuevos usos y consumo en población universitaria

Fuente: lasdrogas.info. Anna Blasco.

La reducción de riesgos en el uso de drogas tiene uno de sus pilares fundamentales en el acceso a la información. A su vez, las drogas, históricamente, han ido acompañadas de un halo de desconocimiento y misterio, por ser asociadas al ámbito de lo ilegal, a la ignorancia sobre sus composiciones exactas, de su procedencia, etc. Sabemos que estas ideas son fruto de diversos estigmas que existen alrededor de las drogas y de las clasificaciones que se establecen en torno a ellas. En este sentido, podemos comprobar cómo a veces el consumo de fármacos no se reconoce como consumo de drogas y se siguen reforzando esas clásicas distinciones entre drogas legales e ilegales, drogas duras y blandas, drogas de necesidad y de vicio. Intentando escapar de esta dicotomía, nos encontramos con una evidencia, la falta de información que ha estado siempre presente alrededor de los consumos de las drogas ilegales por cuestiones evidentes como el tabú y el estigma, también acompaña al consumo de fármacos legales ya sean consumidos bajo prescripción médica o no, aunque esto puede parecer contradictorio.

En este artículo analizamos el uso de psicofármacos en población universitaria y el impacto de la desinformación en estos consumos. A raíz del trabajo en el ámbito de la prevención y la reducción de riesgos a través de la metodología de agentes de salud, en el marco de la Universidad Autónoma de Barcelona, a través del programa de salud de la Fundació Autònoma Solidària, hemos detectado la necesidad de abordar la temática del uso y consumo de psicofármacos al ser un tema de consulta habitual en las actividades de sensibilización en las que abordamos temáticas de drogas, salud mental y sexualidades. En la encrucijada entre las drogas y la salud mental encontramos este tema que supone un abordaje complejo al conformar una alta complejidad por el hecho de ser muy diverso y subjetivo según la vivencia de la persona y al estar influenciado por numerosos factores que lo problematizan, como por ejemplo el género o la clase social. Es, por lo tanto, necesario aplicar una mirada interseccional al análisis de esta realidad para tratar de comprenderla. El hecho por el que las personas usan psicofármacos o hipnosedantes es variable. Podemos encontrar desde tratamientos diarios pautados por profesionales de la psiquiatría o de la medicina de familia, tratamientos pautados como rescate por distintos procesos de sufrimiento psíquico, o consumos de tipo no pautado, ya sea para paliar algún malestar o bien para un uso recreativo.

En el caso de los psicofármacos y concretamente de los hipnosedantes, los usos sin receta son una evidencia que nos indica diversas cuestiones. Por un lado, encontramos los usos recreativos de estas sustancias o de distintas combinaciones que los incluyen, como cualquier otra droga farmacológica, bien porque se ha entrado en contacto por primera vez a través de una prescripción médica, bien por qué son sustancias que se encuentran en el mercado no médico. Otro fenómeno altamente extendido y según observamos muy feminizado, es el de compartir estos fármacos, no por un motivo lúdico, sino para paliar un sufrimiento o malestar psíquico al margen de la prescripción médica. El eje género es aquí fundamental, ya que la socialización del malestar está altamente feminizada y es, por lo tanto, un fenómeno que permite que al producirse esa socialización, se comparta también un posible remedio eficaz como es la medicación. Aquí cabe añadir que los malestares psíquicos y la medicalización de los procesos de sufrimiento psíquico, en general, están altamente feminizados, los malestares expresados por mujeres o identidades no normativas, son más fácilmente etiquetados como patologías mentales y por ende tratados con medicación psicofarmacológica.

Más allá de las corrientes críticas con la sobremedicalización del sufrimiento psíquico, a las que recurrimos para dar respuesta a esas personas que piden información acerca de alternativas a la medicación, nos encontramos con una evidencia; las personas se medican y cada vez se medican más, al menos en nuestro contexto. En el estado español, según el informe EDADES 2022*, el consumo de hipnosedantes se ha triplicado prácticamente desde 2005 (año en que empezó a registrarse su uso). Los psicofármacos son drogas de uso médico y recreativo, y estos compartimientos no son estancos. Personas que entran en contacto con estas sustancias a través de la prescripción médica pueden encontrar unos efectos, más allá de los deseados por el tratamiento médico, que impliquen una vivencia distinta y, por lo tanto, un cambio en el uso de los psicofármacos. Este no tiene por qué ir de un uso médico a uno de tipo recreativo. La automedicación es un fenómeno importante dentro del consumo de psicofármacos sin receta médica, ya que a menudo vemos como las pautas de tratamiento son inexactas, muy duraderas y dejan en manos de las personas elecciones en relación con los distintos usos de la medicación. Esto no es malo de por sí, lo relevante a aquí sería la disponibilidad de información de calidad y el trabajo sobre la idea de que las drogas no solo son la sustancia, sino que el individuo y el medio son fundamentales para evaluar y entender sus efectos.

Es clave integrar este factor de variabilidad en los tipos de uso en el trabajo de acercamiento a los consumos y a la reducción de riesgos, entender que el consumo puede variar y que los motivos y el propio malestar pueden relacionarse con estas variaciones, en este sentido, cabe remarcar la importancia de no sobre estigmatizar el consumo recreativo no médico y, en cambio, normalizar y no problematizar el uso médico. Sea como sea, y venga de donde venga el consumo, encontramos en el uso de este tipo de fármacos cuestiones comunes como el estigma, la vergüenza, el ocultamiento, el empeoramiento del autoconcepto y de forma muy extendida, el desconocimiento sobre los efectos deseados, los no deseados y los efectos rebote que pueden provocar. En este sentido, cabe remarcar de nuevo la influencia de los estereotipos de género en la variación del autoconcepto, los hombres cis, por norma general, viven de forma más silenciosa el uso de psicofarmacología por motivos médicos, relación que se invierte cuando hablamos de usos recreativos.

Analizando las problemáticas que encontramos alrededor del consumo de psicofármacos en este grupo de población, una de las cuestiones más frecuentes y que se expresan con más preocupación son las variaciones del autoconcepto o la angustia por los efectos del tratamiento médico a las capacidades propias del individuo. Entendemos como denominador común a esta preocupación un sistema universitario que presiona al estudiante por norma general, que no es flexible y que ni mucho menos está preparado para entender la variabilidad de vivencias, muchas veces influenciada por la precariedad económica o el trabajo de cuidados no remunerado como sobrecarga. El sufrimiento, y aún más el sufrimiento psíquico, no tiene cabida, ya que en muchos casos la mirada adultocéntrica rebaja las vivencias y preocupaciones del alumnado a meros hechos sin importancia. La no validación del sufrimiento psíquico es una realidad que apunta frontalmente al autoconcepto de aquellas personas que transitan por estos malestares. La exigencia del entorno y la autoexigencia, son procesos que no permiten que las personas puedan aceptar con tranquilidad los efectos que estos fármacos pueden provocar temporalmente. Capacidades como la memoria, la retención de conceptos, la concentración o la regulación del sueño pueden verse alteradas. Sobrellevar estas variaciones con esta presión es casi imposible y no permite transitar el malestar de una forma más tranquila para poder, a largo plazo, mejorar el grado de sufrimiento en caso de que esta herramienta funcione. A este hecho se le añade la complejidad que los tratamientos psicofarmacológicos están normalmente sujetos a numerosos cambios de dosis, fármacos, etc. por lo tanto, los periodos de adaptación y en los que se necesitaría esta tranquilidad que referíamos anteriormente son aún más necesarios.

Los ritmos de vida y las exigencias de los sistemas de producción capitalistas son en gran parte un factor detonante de muchas problemáticas asociadas a los malestares psíquicos. A raíz de la pandemia de 2020 se reportan más casos de problemáticas diversas asociadas a la salud mental o a diferentes tipos de sufrimiento psíquico. Si bien es una evidencia que la situación que se desarrolló a raíz de la emergencia sanitaria puso en jaque los principales pilares de desarrollo de las sociedades post-capitalistas, cabe apuntar que los malestares asociados a lo emocional no son nuevos, ni su proceso de multiplicación se explica por un fenómeno único o por una lógica unidimensional. La inaccesibilidad de la gente joven y con barreras económicas a los tratamientos psicoterapéuticos u otros tratamientos junto a la saturación de los servicios sanitarios públicos fabrican un panorama complicado donde herramientas como la psicofarmacologia aumentan por cuestiones evidentes de coste-beneficio. El problema principal, encontramos un protagonismo de la desinformación y, por lo tanto, del desagenciamiento del sujeto. La necesidad de poner al alcance información real, completa, es urgente, tanto para usos médicos como para usos recreativos de estas drogas, así como el trabajo sobre el estigma que sigue pesando sobre las personas que usan medicación o que tienen algún diagnóstico en el campo de la salud mental.

*EDADES 2022 – ENCUESTA SOBRE ALCOHOL Y DROGAS EN ESPAÑA (EDADES), 1995-2022.

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