EL «ARMARIO PSICOACTIVO»

Fuente: lasdrogas.info. Post de .

Como bien sabemos, vivimos en un enorme manicomio al que llamamos sociedad que, sin embargo, se erige en garante de la “normalidad” y otorga certificación de “buen@s ciudadan@s” a quienes cumplen los parámetros dominantes [1]. Sin profundizar en los caracteres de la generalizada patología social (tal vez luego) sí es evidente que las luchas de diferentes colectivos “apestados” (por su procedencia étnica, su orientación sexual, comportamientos elegidos, etc.) han conseguido reducir (algo, al menos algo) la mirada excluyente y han dado como resultado la conquista de derechos.

A pesar de los patéticos intentos de regresión de algunas gentes y sus partidos vehiculares, está claro que, por ejemplo, los colectivos LGTBI están más protegidos que hace sólo unas décadas, y eso conlleva, entre otras cosas, que también resulta más sencillo “salir del armario”. La lenta pero inexorable extensión de los grupos que defienden las alternativas éticas a la monogamia hace que también la salida de ese “armario” esté cada vez menos expuesta (aunque todavía lo está mucho) a la violencia de la normatividad impuesta.

Pero, ¿qué ocurre con el “armario psicoactivo”? En este caso, ¿hay avances o retrocesos? ¿Cuál sigue siendo el coste de la honestidad en este tema?

Este breve artículo, ya avisamos, no pretende analizar la evolución histórica de esa percepción social en base a sólidos estudios sociológicos y, ni mucho menos, osaría plantearla además de modo comparado en toda su complejidad, es decir, teniendo en cuenta si alguien vivió en los 60 en San Francisco o si nació en la España profunda en los momentos álgidos del nacionalcatolicismo (y decimos álgidos porque esa losa en ningún modo ha desaparecido…) Por el contrario, tan sólo queremos llamar la atención sobre la violencia sistémica que se sigue ejerciendo sobre las personas “no normativas” en este asunto “drogueril”. Así que, con el declarado ánimo de provocar (la reflexión, claro, e ignorando temerariamente los consejos de Sun Tzu) nos lanzamos a proponer el término “alcohol-normatividad” para este esquema simplificado de análisis.

Y elegimos éste, no porque seamos inconscientes de la “farmaconormatividad” también dominante (referido en este caso al imperio farmacéutico, no al significado etimológico del término “fármaco”) sino porque según esta algo artificial distinción entre lo recreativo y lo terapéutico; según todos los falsos parámetros analíticos prohibicionistas y, por último, en base a su dominio incontestable en cuanto a la prevalencia de consumo y a la conformación del imaginario que ejerce, se puede decir que vivimos en una sociedad alcohólica, como ya declaró hace años el punk radical. En ese horizonte de “alcohol, todo bien” y “fármacos, estupendo”, se supone que las drogas ilegales sólo sirven para el desfase, para la experimentación juvenil o para un consumo continuado por parte de personas indeseables y, en todos los casos, dicho consumo se asocia a conductas irresponsables.

“Parad el carro… Estáis exagerando mucho, porque ahora está bastante aceptado el cannabis y ya poca gente te va a criminalizar por consumirlo” Bueno amiguit@s, esto es en parte cierto (ya existen 4 millones de personas consumidoras sólo en este país) pero sigue sin ser tan fácil. Probad a tener una conversación con vuestr@s progenitor@s, sobre todo si tienen cierta edad o, sencillamente (porque es bien cierto que entre madres y padres también hay de todo) con gente muy normativa-colonizada por la Prohibición y a comparar la reacción entre tomaros con ell@s un vinito (que no es droga sino cultura) o alabar la lyrica como el no va más contra un dolor de hombro tras jugar al pádel, y echaros  unas caladillas (por favor, ¡con vaporizador!) de una buena hierbita. O sencillamente probad a decirle a vuestr@ jef@, así a pelo, que pasáis de cañas y de vermuts y que os va la maruja… Y, en cualquiera de los casos, no tanto porque tengáis alguna patología que tratar, lo cual, campañas pre-legalizadoras mediante, seguro que os otorga mayor aceptación, sino simplemente porque os gusta el sexo bajo sus efectos, por ejemplo, lo cual tal vez haga que os miren mal. Entre mal y con envidia, quizá.

Por cierto que estábamos hablando de criminalización social-laboral pero, querid@s, el Código Penal sigue siendo el que es y, entorno social amable o no, hay un@s señor@s con uniforme obligad@s a hacer cumplir la ley que os obsequiarán con una bonita multa, si se trata de poca cantidad y demostráis que es para vosotr@s, o con una aún más bonita detención e invitación a las rejas si se os ocurre vender algo, aunque sea lo más mínimo. Una pequeña diferencia con otros casos porque, aunque no hace tantos años, en realidad, la homosexualidad o el adulterio dejaron de ser delito.

Pero démosle otra vueltita más, porque esto de la hierba, todavía… Lo de admitir, en determinados entornos, que en alguna fiesta os ponéis de anfetas (en Zaragoza, la ciudad del speed) no parece tan grave. En otros ámbitos, y en el fragor de unos gin tonics de diseño, confesar que os permitís unas rayitas farloperas de tanto en tanto, para un sábado de desfase, para estar más agresiv@s en el parquet de La Bolsa o para dar bien dao un mitin político, bueno, ja, ja, es una canita al aire; quién no la echa de vez en cuando… En según qué circunstancias, sin embargo, estos pecadillos no tienen posible confesión. Por ejemplo, en presencia de la mayoría de l@s progenitor@s, salvo si queréis que les pongan un bypass.

Ahora bien, consumáis o no, haced el experimento de decirle, no al/a jef@, no a la FAD, sino a vuestr@s colegas y/o pareja(s) que soléis usar opio y miradles la cara. Antes de eso, podéis haberles contado que sois bisexuales o poliamoros@s y hacéis la comparación, por puro interés de la ciencia. Y ni siquiera os valdrá la explicación de que sólo lo utilizáis de modo terapéutico y porque pasáis olímpicamente de los horrendos efectos del diazepam o del lorazepam. Si la confesión es sobre haber usado el “caballo” tened preparada la cámara del móvil y hasta la grabadora. Este último caso es especial, claro, y es que hay cosas que se comprenden, por la historia de éste y otros países. Cosa bien distinta es que no haya forma humana de razonar en base a las causas que convirtieron un fármaco con utilidad terapéutica y, en menor medida, con otros usos adultos, en Belcebú hecho carne bajo parámetros prohibicionistas e inserto en sociedades excluyentes y centrífugas de humanidad.

Sin llegar a estos “extremos” de experimentación sociológica, si acaso podéis también comentar que sois consumidor@s de éxtasis, de LSD o del mencionado opio en una entrevista de trabajo, y luego nos decís qué tal. Si se corre la voz entre l@s empleador@s del ramo, probablemente será la última vez que os pongáis vuestras mejores galas y ensayéis el discurso para tan agradable trámite.

Hace poco nos relataba una persona muy consciente y muy valiente en su activismo en diversos ámbitos que, a veces, por puro hastío, no iba a las cenas de trabajo sólo por no tener que dar explicaciones de por qué es vegana y de por qué no bebe alcohol. Si el cansancio fuera a lo máximo a lo que se arriesgasen las personas que salen del “armario psicoactivo”, no sería tan grave; a todo el mundo nos toca alguna vez (o muchas) hacer labores pedagógicas en algunos momentos. Pero la censura, la violencia social-laboral permanente y ubicua en la sociedad “alcohol-normativa” no va sólo de esto; es mucho más hiriente y profunda, incluso antes de llegar al artículo 368 de nuestro querido Código Penal.

Un día de estos os compartiremos un texto que escribimos hace tiempo que aborda específicamente el consumo de alcohol desde varios planos de análisis. Pero eso, ya es otra historia…

Referencias:

  1. “Me llamaron loco y yo les llamé locos; y entonces, maldita sea, me ganaron por mayoría” Palabras de Nathaniel Lee explicando los motivos por los que fue recluido en el psiquiátrico de Bethlem. Citado en Hidalgo, E., Hedonismo sostenible, Ed. Amargord, Madrid, 2011.

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