La adicción al porno en España

Fuente: www.elconfidencial.com Enrique Zamorano.

La adicción al porno en España: «Al sentirme ‘sucio’ por consumir, no sentía que mereciera amor»

Hablamos con un adicto a la pornografía y una psicóloga experta para arrojar de luz sobre este problema e intentar que su uso (y abuso) no pase factura a la vida sexual de los jóvenes.

Manuel* tiene 48 años. Empezó a pensar que tenía un problema con la pornografía «allá por 2007», cuando fue padre y se dio cuenta de que «no podía parar de consumir». Su caso destaca de entre los demás por su edad y por el hecho de no haber crecido con la revolución tecnológica. Lo descubrió por primera vez con 15 años de la manera más típica e inocente: «alquilaba películas con los compañeros y las veíamos en grupo, aunque luego empecé a hacerlo yo solo». Su adicción se disparó con la llegada de Internet. Ya no tenía que intercambiar tebeos ni revistas, todo estaba ahí, a su alcance, en la palma de su mano, todas las chicas del mundo estaban dispuestas a cumplir sus más privadas fantasías, aquellas que ni siquiera conocía.

El 93% de los hombres ve porno durante la adolescencia, según datos recogidos por Dale Una Vuelta, una de las asociaciones de terapia y ayuda psicológica más importantes de nuestro país. Este dato contrasta con el relativo a las mujeres adolescentes, cuyo consumo llega al 62%. Si tenemos en cuenta que la edad media a la que se tiene un primer contacto con los vídeos para adultos es 11 años, la cual no ha dejado de bajar en los últimos años, y a ello le sumamos el gran auge que tuvo este tipo de contenidos durante la pasada cuarentena, los riesgos de que una persona desarrolle algún problema de este tipo son bastante elevados. Así lo confirman desde la propia asociación a este diario, dejando claro que «el número de personas que nos han pedido ayuda ha crecido exponencialmente en el último año».

De entre todas las adicciones, el consumo de pornografía tiene un carácter muy especial. En primer lugar, no se trata de una sustancia concreta que al ingerirla destruye la salud física y mental del paciente. Por otro lado, su ubicuidad y extrema accesibilidad hace que, en caso de desarrollar adicción, sea prácticamente imposible no caer en la tentación; al fin y al cabo, apenas hay dos o tres clics de distancia entre la persona y el comportamiento descontrolado. De igual modo, no es una adicción que derive actitudes de extrema compulsión, como asegura Manuel, «va por ciclos de entre 7 y 10 días».

«El problema es que si consumo un día, reincido a las pocas horas o tengo la mente ‘sucia’ otros dos días más», se sincera. «Quizás no consumo, pero pienso muy a menudo en hacerlo o tonteo, quizás escribo algo en Google que sé que me va a devolver contenido pornográfico aunque no haga clic en el contenido. También me meto en el perfil de Instagram de una actriz pornográfica que me gusta sin ir más allá. Es como si mi mente se perdiera en pensamientos circulares a pesar de que no consuma ni llegue a hacerlo».

Adictos en un mundo hipersexualizado

Según este testimonio podemos acercarnos a comprender la enorme dificultad que supone vivir y superar este problema y sus diferencias con otras adicciones. Como vemos, no hace falta recurrir a pornografía explícita para que se desencadene el comportamiento compulsivo; vivimos en un mundo hipersexualizado en el que los sujetos que están en las pantallas posan de manera seductora, lo que conduce inevitablemente a ese pensamiento circular del que habla Manuel. Pero, ¿cómo funciona el cerebro de una persona que es adicta a los contenidos sexuales, tanto explícitos como subliminales, que abundan por la red?

«La peculiaridad que tiene el porno es que somos nosotros quienes llenamos de contenido lo que vemos al tratar de comprenderlo», explica Cristina Vizuete, psicóloga del equipo de Dale Una Vuelta, a El Confidencial. «Nuestro cerebro, al sexualizar un vídeo o una foto, empatiza y proyecta en imágenes lo que creemos estar sintiendo nosotros o los actores. Esto libera muchísima dopamina que, al no existir ningún distractor externo, sino que todo fluye, hace que luego queramos y necesitemos volver a sentir esa sensación. En adicciones similares, como puede ser al sexo, sí que existen estos agentes distractores, ya sea en el cambio de postura, en las risas y comentarios que hacen los implicados… pero en la pornografía todo fluye, por lo que la descarga de dopamina es mucho más grande y, con ello, la probabilidad de acabar enganchándose».

Efectos y consecuencias

Las consecuencias que depara la adicción a la pornografía son variadas. Evidentemente, como reconoce Vizuete, «la visualización obsesiva de pornografía va ligada a la masturbación compulsiva», lo que convierte a la vida de quien la sufre en una especie de sexualización constante de todas las situaciones cotidianas. Más allá de esto, que puede afectar de manera directa a la vida laboral y familiar de quien la padece, también acaba ocasionando problemas de disfunción sexual en los pacientes. «El sexo real les deja de satisfacer», asevera la psicóloga. «En el porno, los cuerpos están retocados y los actores fingen que sienten mucho placer, cuando en realidad sienten hasta dolor muchas veces, lo que genera una imagen en el individuo que es muy distinta a una relación sexual normal y natural». Además, acaba pervirtiendo la relación que se tiene con los sujetos de deseo, que en el caso de Manuel, han sido las mujeres.

«A mí me ha afectado mucho con mi acercamiento hacia la mujer», expresa. «Al sentirme ‘sucio’ por consumir, no me sentía merecedor de amor». Afortunadamente, su caso no es uno de los más extremos, y ahora está felizmente casado. El problema tampoco le ha hecho desprenderse de gente importante o de su vida cotidiana, aunque siempre tiene que estar atento para no caer de nuevo en esa espiral de pensamientos «sucios» y compulsivos. De hecho, como asegura Vizuete por su parte, «para muchas parejas representa un verdadero problema», refiriéndose al tabú que existe en torno a la masturbación, la cual «a veces se percibe como una infidelidad, ya que uno de los dos tiende a buscar y expresar su sexualidad fuera de la unión».

¿Cómo superar y afrontar el problema? Como el resto de las adicciones, el primer paso es reconocerlo y llamarlo por su nombre. «Al no ser un gran consumidor no me consideraba adicto», rememora Manuel. «Me decía: el adicto es aquel que se encierra en su habitación desde el viernes por la tarde hasta el domingo y no hace otra cosa que consumir pornografía o dilapida los ahorros en porno. A mí eso no me ha pasado, pero la sensación de pérdida de control está ahí. Por eso, lo reconocí y pedí ayuda». Ahora, mucho más recuperado, afirma que la terapia psicológica y el equipo de Dale Una Vuelta resultaron vitales a la hora de afrontarlo, así como la meditación. Lo malo es que, como cualquier adicción o trastorno mental, nunca llega a desaparecer del todo, por lo que debe convivir con ello y ser prudente.

«Creo que mi relación sexual ideal o más satisfactoria sería aquella en la que ni siquiera tendría que explicitar mi deseo, sino que este se fuera gestando previamente hasta el sexo, que no es más que la consecuencia lógica del entendimiento y la atracción entre dos seres», concluye Manuel, sin lugar a dudas una frase muy reveladora sobre cómo puede llegar a cambiar la vida de una persona el consumo de pornografía, haciéndole presa de un deseo que se ha inoculado y que, como reconoce por su parte Vizuete, «puede llegar a derivar en deseos sexuales muy tóxicos y antiéticos, pues los pacientes necesitan una carga de excitación mayor y eso les hace aumentar el grado de crudeza y violencia sexual que aparece en los vídeos».

El porno y la educación

Por último, cabe preguntarse por las medidas, tanto políticas y sociales como intrafamiliares, para prevenir que alguien desarrolle este tipo de adicción o comportamiento compulsivo. Hay que tener en cuenta, como bien indicaba la psicóloga, que «hoy en día la pornografía no está solo en las páginas web destinadas a ello, sino también en las redes sociales que consumen muchos adolescentes». Más allá de los controles parentales que puedan existir para vetar el acceso de los niños y adolescentes a este tipo de contenidos, tanto la psicóloga como el paciente reconocen que el mayor problema sigue residiendo en la educación sexual que se ofrece tanto en los institutos como en los hogares.

A fin de cuentas, el porno sigue siendo un tabú, más aún en la vida intrafamiliar. Sin embargo, como reflejan los datos, supone la puerta de entrada en la vida sexual de millones de personas, por lo que no se debería apartar la mirada a una industria que mueve cantidades astronómicas de dinero y a su vez forma una parte esencial de la formación del individuo y su concepción de la sexualidad y, por tanto, del otro. «Hay que romper tabúes y hablar del tema», asegura Manuel. «No es normal que niños de 11 o 12 años tengan su primer contacto con la sexualidad en la pantalla de su móvil, viendo algo tan irreal».

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