De adictos y adicciones: En busca de la pastilla mágica

Fuente: www.latimes.com. MARÍA ANTONIETA JUÁREZ A.

“Mi vida como adicto fue siempre una rutina, todo el tiempo buscando dinero para ir por más; para mí, el paraíso era tener droga y un lugar donde consumirla, donde nadie me molestara, un lugar para estar solo.

“¿Conciencia?, claro, todo adicto tiene conciencia, por lo menos a mí, la droga me adormecía, pero no borraba mi memoria, me sentía muy mal, avergonzado conmigo mismo por no ser un buen padre, por abandonar a la madre de mis hijos, por el dolor de mis padres y hermanos, en fin, tenía una lista interminable, pero me dolía más estar sin droga.

“Mi único objetivo en la vida era evitar la malilla; el dolor físico, la desesperación y la ansiedad que viví eran un verdadero infierno, me sentía incapaz de vencer mi adicción.

“Yo era de esos que sueñan con sacarse la lotería e imaginan todo lo que harían con varios millones, pero nunca compran boleto. He dicho que aún en mis peores días tenía conciencia, pero en realidad lo que me quedaba era memoria, porque los sentimientos los tenía anestesiados, no sentía nada por nada ni por nadie, por mí solo lograba tener lastima.

“En el punto más bajo de mi adicción, fantaseaba con vivir con un suministro ilimitado de droga, aunque había perdido tanto peso que parecía cadáver, tenía la piel amarilla y mis venas estaban destrozadas. A medida que mi adicción avanzaba, se me complicaba más encontrar una vena, las tenía todas quemadas.

“Tuve una sobredosis con cristal y tres con heroína, estuve a punto de morir, pero no vi ningún túnel, tampoco pensaba que al final Dios me estaría esperando; como dije antes, no sentía nada, solo esa compulsión de volver a drogarme, de salir en busca de más.

“A veces fantaseaba con un tratamiento que me evitara la malilla, quería una cura mágica, una pastilla, una inyección que me durmiera y, al despertar, estuviera bien, sin necesidad de droga ni pensamientos obsesivos. Por eso, la primera vez que decidí internarme salí huyendo, no soporté el malestar.

“Estuve algunos meses en un tratamiento de Metadona y, en honor a la verdad, debo decir que sí me funcionó; fueron veintiún días, en los que me iban disminuyendo las dosis hasta que me dejaron por mi cuenta, pero no atendí las recomendaciones y dos días más tarde, tuve una recaída. Así estuve por algún tiempo, entraba y salía de la Metadona, luego combinaba el tratamiento con heroína.

“Al llegar a mis cuarenta y tres años estaba hecho una piltrafa, sin horizontes, sin más deseos que tener mucha heroína, dinero para cigarros, mal comer y un lugar para inyectarme. Pero Dios tenía otros planes para mí.

“En febrero de 2001 me asaltaron, como pude me defendí, pero quedé muy mal herido, tenía fracturas múltiples, así que me llevaron al hospital y estuve internado durante un mes. No sé si se puedan imaginar la situación, fracturado, con unos dolores terribles y por si fuera poco, una malilla horrible. Por mi condición de adicto, los médicos decidieron aplicarme las dosis más bajas de medicamentos contra el dolor, o por lo menos eso pensaba.

“No salí caminando del hospital, me dieron de alta en una silla de ruedas y tuve que asistir a terapias dos veces por semana, además de estar en casa, por otros tres meses. Dependía totalmente de mi familia, entonces me di cuenta del gran amor que me tenían, sin reclamos, sin caras o comentarios me acogieron y me cuidaron, nunca tendré la manera de pagarles.

“Cuando despertaron mis sentimientos, lloraba a solas, me sentía avergonzado y, al mismo tiempo, conmovido por sentirme tan amado, fue como si después de aquella paliza me hubieran colocado el corazón y el cerebro en su lugar.

“Irónicamente yo buscaba una cura milagrosa, algo para no sentir la malilla, el niño no quería sentir dolor, pero lo que encontré fue una tunda de perro bailarín.

“La estancia en casa de mi hermana se prolongó durante ocho meses, ese fue tiempo suficiente para, literalmente, empezar otra vida; por principio aprendí a caminar de nuevo, después tuve conciencia de mis limitaciones, pues no quedé al cien por ciento, pero lo más importante de todo: tuve mi primer encuentro con Dios.

“La mujer que hoy es mi esposa me trajo el mensaje, gracias a ella estoy aquí, su paciencia y sabiduría me han cambiado la vida. Actualmente soy practicante evangélico y trabajo en una organización sin fines de lucro.

“Por experiencia les puedo decir que no existe una cura milagrosa, en mi caso tuve suerte, no quise entender por las buenas y por poco me matan, pero no todos tienen tanta suerte. ¿Quieres un consejo? Busca ayuda y pégate a Dios”.

Agradezco infinitamente el testimonio de Juan T., quien tuvo el valor y la generosidad de compartir su experiencia.

 

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