¿QUÉ SON LAS ADICCIONES INVISIBLES?

Fuente: https://galeria.montevideo.com.uy/. María Inés Fiordelmondo.

DEPENDENCIAS CONDUCTUALES

Compras, juegos, redes sociales: ¿Qué son las adicciones invisibles y cómo detectarlas?

A diferencia de lo que sucede con las sustancias, las dependencias conductuales son silenciosas y más difíciles de detectar por el entorno, pero sobre todo por el involucrado

A Gimena siempre le elogiaban los atuendos. Nunca repetía zapatos, chaquetas ni buzos. Incluso los sombreros más pintorescos eran aplaudidos por sus amigas. ¿Dónde conseguís cosas tan lindas? ¿Cómo hacés para estar siempre tan bien vestida?, le preguntaban a menudo. La ropa con etiqueta puesta y los objetos de todo tipo sin desembalar abundaban en su placard y en el cuarto que usaba como depósito de compras. Aún tenía mucho que mostrar.

Hasta que su esposo se topó con sus deudas. A partir de ese momento, Gimena tuvo mucho más que esconder. Planificó estrategias de todo tipo. Las idas al shopping pasaban por salidas con amigas y empezó a camuflar sus compras en bolsas de basura. Comenzó a desviar y distribuir sus gastos hacia las cuentas de su madre y hermana, así nadie -ni siquiera ella- podría llevar la cuenta. Todo eso con tal de sentir esa euforia que le provocaba scrollear los sitios de venta online y pasar horas y horas recorriendo tiendas. No había mal que unas compras no curaran.

Pero las deudas, posteriores excusas y continuas negaciones se convirtieron en un problema insostenible. La solución fue internarse en un centro de rehabilitación y someterse a un tratamiento durante un año. El paso anterior fue admitirlo: era adicta a las compras.

Adicción es una palabra históricamente asociada a las drogas y sustancias. Pero esa es solo la relación más visible de estos trastornos. En todas las sociedades, por más diferentes que sean, hay una valoración negativa hacia el consumo excesivo de sustancias, que incluso se busca inculcar a los niños desde la escuela. Además, asegura el director de Centro Aconcagua, Martin Gedanke, la visibilidad se da porque en un adicto a las drogas, en general, el deterioro físico y cognitivo es muy notorio.

Pero ¿qué pasa cuando el deporte, el trabajo, las compras, los juegos o las redes sociales se convierten en el centro de la vida de una persona hasta llegar a dominarla por completo? Basta con leer el significado de la palabra para comprender que las adicciones no se limitan a las sustancias y que existen otras que, a diferencia de estas, son silenciosas e invisibles: «La adicción es la afición extrema a alguien o algo», define la Real Academia Española. La lista, entonces, es muchísimo más larga.

Cualquier conducta normal o incluso saludable se puede convertir en adictiva según la frecuencia, intensidad o tiempo y dinero invertidos, escribió el expresidente de la Asociación Psiquiátrica de América Latina, Alfredo H. Cía, en la revista Neuropsiquiatría. «Vale decir que una adicción sin droga es toda aquella conducta repetitiva que produce placer y alivio tensional, sobre todo en sus primeras etapas, y que lleva a una pérdida de control de la misma, perturbando severamente la vida cotidiana» de la persona, apuntaba.

Semejanzas y diferencias. Un adicto es adicto sin importar si es a una sustancia o a una actividad, sostienen los especialistas. El mecanismo mental que opera en cualquier conducta adictiva es el mismo: liberación excesiva de dopamina al consumir o llevar a cabo la acción, una necesidad imperiosa de volver a realizarla y sensación de abstinencia e incapacidad total de autocontrol. En síntesis, resume la psicóloga especializada en Prevención y Rehabilitación de Adicciones Yael Goldsztein, una persona se convierte en adicta cuando pierde la libertad de elegir. «No se trata únicamente de la voluntad de parar. Vos ya no sos libre de elegir, sino que es la conducta, aquello adictivo, lo que decide por vos», apunta. No sería sorprendente que un adicto al deporte, por ejemplo, pierda su trabajo y rompa vínculos de amistad o familiares y que aun así no pueda parar de hacer ejercicio siete horas por día.

En cualquier adicción, lo que se busca de forma aparentemente urgente es activar el sistema de recompensa. Aquello que genera compulsión es una especie de fórmula mágica para salir de una sensación de vacío o tristeza, pero también una forma de premiarse en una situación de euforia o alegría. En cualquier estado, el adicto siempre termina volviendo al mismo lugar. Roberto Martínez, integrante de la Mesa Ejecutiva de la Coordinadora de Psicólogos del Uruguay, destaca que el mecanismo aparece, sobre todo, para establecer el equilibrio o la calma en una situación de malestar, ansiedad o intranquilidad.

Pero aunque el cerebro opere siempre de la misma forma, las adicciones conductuales tienen un componente que las convierte en particularmente peligrosas. Una persona que trabaja en exceso puede ser bien vista e incluso reconocida, al igual que alguien que permanentemente recibe elogios por su físico o manera de vestir. Las adicciones conductuales suelen estar ocultas detrás de hábitos aparentemente cotidianos e inofensivos -hasta bien vistos-, y es justo ahí donde radica su mayor amenaza.

Goldsztein considera que son «tan invisibles» que es difícil que los involucrados lleguen al consultorio en busca de ayuda. Lo mismo señala el director de Fundación Manantiales, Pablo Rossi: «Suelen ser adicciones más silenciosas, que hacen menos ruido en su entorno y eso hace que transcurra más tiempo antes de ser detectadas como un problema, y llegan más tarde a la consulta». Cuando llegan, es por la presión de algún miembro de la familia u otro ser querido, según Godsztein. «Hay una consecuencia muy fuerte que lo impulsa, pero es difícil que la persona pida ayuda cuando son aceptadas o valoradas por la sociedad», asegura.

En ese sentido, el director del Centro Aconcagua explica que comúnmente las conductas adictivas se detectan en la clínica una vez que la persona está internada por consumo excesivo de sustancias. «A nosotros no nos llega la situación de internarse por un problema con las redes sociales. La persona se interna por adicción a una sustancia y además uno encuentra que convive con otra adicción», indicó.

Al igual que un adicto a las drogas, uno conductual generalmente no reconoce su problema ni cómo está afectando sus relaciones interpersonales. Cuando la adicción es al trabajo, por ejemplo, puede justificar su falta de equilibrio manifestando que es imprescindible y nadie más puede hacer sus tareas. En el caso de los juegos, tiende a decir que lo tiene todo bajo control.

En todo caso, es el entorno el primero en darse cuenta y actuar. Pero si no existe ese reconocimiento externo, la persona puede continuar con la conducta adictiva hasta que las consecuencias sean irreversibles. «Por lo general tienen que tener una consecuencia negativa fuerte para pedir ayuda», apunta Goldsztein.

Un adicto al deporte puede recién reconocerse como tal cuando sufre un accidente como consecuencia del exceso de ejercicio. En un adicto al trabajo, la admisión puede venir de la mano de un surmenage o burn out. Resulta clave, entonces, poder detectar la adicción antes de tocar fondo.

Algunas de estas adicciones pueden detectarse por elementos externos a la persona. Las compras compulsivas se vuelven visibles en la acumulación de cosas innecesarias, objetos sin uso, ropa con etiquetas y deudas, apunta Gedanke. «Y obviamente la persona vive en función de sus compras, está todo el tiempo buscando satisfacer sus necesidades a partir de lo que compra», agrega. Un adicto a los juegos puede decir que se tomará una hora para jugar pero termina frente a la pantalla hasta altas horas de la madrugada. Lo mismo suele pasar con un adicto a las redes sociales.

Luego de la detección, llega el momento de animarse a confrontar a la persona y buscar ayuda. Desde Fundación Manantiales señalan que aunque existen diferentes tratamientos, actualmente los ambulatorios son los más demandados, ya que se adaptan a la vida de la persona. El adicto puede continuar trabajando, estudiando y llevando adelante sus actividades mientras está en tratamiento.

La terapia es otra alternativa. Roberto Martínez cuenta que en su campo de trabajo -psicología positiva- se promueve el uso de otras estrategias y mecanismos para afrontar el malestar del adicto. «Que no utilice los mecanismos habituales y se conozca mejor», dice. Gedanke, del Centro Aconcagua, opina que en algunos casos es necesario «cortar» con aquello que conduce a la persona a estos hábitos compulsivos. Por ejemplo, para controlar una adicción a las compras se puede optar por impedir temporalmente el contacto de la persona con dinero o tarjetas. El especialista lo comparó con un adicto a alguna sustancia. «No podés decirle a un adicto a la cocaína que consuma una vez por semana. No lo va a lograr», indicó.

La vida en línea. Aunque se puede ser adicto prácticamente a cualquier cosa, los expertos señalan que las tecnoadicciones son las que más han crecido en los últimos años. Esto incluye los smartphones, tablets o videojuegos. Respecto a los teléfonos inteligentes, el director de la Fundación Manantiales, Pablo Rossi, señala que una de las primeras patologías en aparecer fue la nomofobia, que es el miedo y la ansiedad severa a estar sin celular. Esto derivó en el uso abusivo de las redes sociales; no es novedad que hay personas que no pueden dejar de chequear permanentemente Twitter, Instagram y Facebook. Pero el problema no termina ahí, sino que también hay quienes a raíz de este uso padecen el síndrome o complejo de like-me (me gusta).

El uso compulsivo de las redes sociales y el celular es tan generalizado que lo importante, entonces, es poder detectar si lo que se tiene es definitivamente una adicción. Para Gedanke existen varios niveles. «De repente uno puede tener una cierta dependencia al celular o estar conectado, pero eso no termina de generar un conflicto que haga que no puedas continuar con tu vida normalmente», distingue. El uso es adictivo cuando la persona pasa a vivir totalmente pendiente de su actividad en las redes y esto lo lleva a postergar todo lo demás.

Gonzalo tiene 16 años y es adicto a los videojuegos hace dos; también hace seis meses que está en tratamiento en la Fundación Manantiales. Aunque acudió obligado por sus padres, hoy reconoce todos los síntomas y problemas que le generó esta adicción. «Sin darme cuenta me fui aislando de mi familia y amigos. Ya no me interesaba ir a fiestas ni reuniones. Pensaba todo el tiempo en estar conectado a la pantalla», cuenta el adolescente. Le mentía a su madre sobre el tiempo que pasaba jugando y la situación comenzó a agravarse cuando empezó a pasar noches sin dormir. «Cuando me acostaba no lograba conciliar el sueño. Me salteaba los horarios de las comidas y empecé a perder peso», recuerda.

En poco tiempo los problemas se amplificaron hacia distintos ámbitos de su vida. Repitió el año del liceo, pero no alcanzó para reaccionar. «Mentía constantemente diciendo que me iba a la biblioteca a estudiar y en realidad estaba conectado a la red desde mi teléfono». Cada día se aislaba un poco más y las sensaciones también variaron. La gratificación por ganar en un juego nunca era suficiente; necesitaba más. «No tenía vida social. Me alejé de mis amigos, de mi familia. Cada vez me sentía más solo. Empecé a sentirme mal, me dolía la cabeza, estaba constantemente de mal humor y más agresivo con todos», admite hoy, en conversación con Galería.

El juego patológico es, hasta el momento, la única adicción conductual clasificada oficialmente como tal. En 2018, la Organización Mundial de la Salud la incluyó en su Clasificación Internacional de Enfermedades (CIE-11) por primera vez. Aunque es la única, para los psiquiatras fue un primer paso hacia la visibilización de estas adicciones. La última actualización del Manual Diagnóstico y Estadístico de trastornos mentales (DSM-5), publicada por la Asociación Estadounidense de Psiquiatría en 2013, ya había clasificado al juego patológico como adictivo. El argumento para hacerlo fue que las conductas de juego activan a nivel cerebral sistemas de recompensa similares a los que ponen en funcionamiento las drogas, produciendo algunos síntomas onductuales comparables a los que se ponen en marcha con las adicciones a sustancias. En el CIE-11 se encuentra descrito el «Trastorno por el uso de videojuegos, predominantemente en línea», mientras que en el DSM-5 se clasifica el «Internet Gaming Disorder», o adicción a los videojuegos en línea, que contempla nueve síntomas posibles, de los cuales deben cumplirse al menos cinco por un período no menor a 12 meses de continuo para poder ser diagnosticado.

Según Ana López Martirena, integrante de la Mesa Ejecutiva de la Coordinadora de Psicólogos del Uruguay, el manual DSM-5 explica por qué no incorporó otras adicciones conductuales como la adicción al sexo, al ejercicio o a las compras. «No hay suficiente evidencia para establecer los criterios diagnósticos ni las descripciones del curso de la enfermedad, ambos elementos necesarios para establecer estas conductas como trastornos mentales», señala López Martirena.

Origen y razones. Hay personas más vulnerables a las adicciones que otras. Existe un componente hereditario, pero también varía en función de los diferentes tipos de personalidad, la crianza o situaciones traumáticas. Rossi, de Fundación Manantiales, explica que desde el aspecto psicológico, el adicto es una persona que carece de madurez afectiva. Y si se suman factores personales o sociales, como el estrés, las posibilidades de desarrollar una adicción aumentan. A la vez, todo cambio o situación de crisis pueden profundizar las condiciones de vulnerabilidad.

Goldsztein puntualiza sobre cómo desde la crianza puede originarse la vulnerabilidad a conductas adictivas: «Si tu hija está deprimida porque dejó con el novio o no la invitaron a una fiesta y vos le comprás cosas para que no esté triste, estás induciendo a ese sistema de recompensa». De esta forma, el niño o adolescente lo incorpora como un aprendizaje y buscará, a futuro, algo externo para salir de una situación de vacío, angustia o malestar.

Por otra parte, Goldsztein advierte que quienes tienen familiares adictos -a sustancias o a cualquier conducta- son más propensos a desarrollarlas. «Como con cualquier enfermedad mental y orgánica, son antecedentes. Pero hay mucho de lo que se aprende en el núcleo familiar y de lo comportamental», concluye.

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